lunes, 11 de septiembre de 2017

El Escorpión de Oro

La calamidad del faraón que dormía en mí
ha despertado del sarcófago entreabierto,
vio los rubíes más bellos del continente
y estiro el brazo sobre las pirámides
entonces en el desierto se derramo luz
junto y de la mano con los siglos
junto y de la mano conmigo encima
moviendo mi cadera como una mujer.


¡Quiso desprenderse del tiempo!
¡Quiso la tormenta de arena!


En sus manos soleadas
obtuvo la joya roja
como la espalda de la luna,
la merced en sus pellejos
destilaba camellos sin joroba,
la soberanía del nacer en carne
se cumplía como una profecía,
la tierra hueca reía
como si fuese ciega la pobre
pues no sabía que sobre la mesa
el té se había derramado
y el azúcar andaba amargo,
el cielo lloraba clamor así
no hubo quien la consuele,
yo mordía mi labio
excitado a la pureza
y no era la diosa Lesbos
quien besaba mis pies,
era el señor de las brújulas
desorbitando las coordenadas
moviendo mi cadera como una mujer.


¡Quiso desprenderse del tiempo!
¡Quiso la tormenta de arena!


Pero su barba era demasiada grande
y tropezaba consigo mismo
que se retiro del juego,
solo quedaban huellas con sentido
pero el viento se los llevó hasta el milenio
o
hasta donde mi cuerpo resista volverse polvo
con las momias de mis antepasados,
rocíando el perfume salvaje de mi cuero
sobre el papiro donde el escorpión de oro
moviendo mi cadera como una mujer.


¡Quiso desprenderse del tiempo!
¡Quiso la tormenta de arena!


¡Quiso ser yo!

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