miércoles, 11 de abril de 2018

Carril

Olfateo el acero cuando abarco mis dulces pies de atleta sobre el pavimento escupiendo los rostros que se asemejan a mi infancia,
antaño y nauseabundo sea mi intento de reprimir como un puñado de bazofia
aquellos suspiros de días celestes fermentados y verde.

He caminado mucho sobre los barrios pobres donde se predica mas pobreza
y en la esquina se siembra solo el aullido del hambre y la bohemia,
también he sido predicador justo cuando derivaba la macoña y la mala sangre me hervía.

¿Donde estaba dios?

En mi bolsillo... justo antes de aquel hueco
de aquella botella rota que pateé
de aquella manzana que robé.

No era el perro que dormía bajo el tren en la pampa con mi camarada y si lo fui no me acuerdo,
ya borre memoria desde que olvidaron de llamarme por mi apodo,
soy el tipo que duerme con los ojos abiertos,
los miserables me reconocen y de vez en cuando me recitan un chiste
y el aliento, ah, ay el aliento... es la borrachera de la última cena.

¿Y que hay del carril diestro que la humildad nos otorgó?

Copas vacías, zapatos descosidos, sacos empolvados y peldaños con sarna...

Si pues, la madera no abriga en las navidades
pero el amor que acorrala el corazón se mantiene
y eso vale mas que una bolsa de reales, lo demás es superficial... envejece y desaparece
como el humo de mi pipa que siempre fumo
en nombre de mis penas que regadas quedaron en alguna escalera
donde medita el viento en nombre de los finados
que alguna vez respiraron el mar y hoy descansan
y mañana nosotros también.

Veranos

Los tres hombres buscaban justificar los sables con tu nombre.

Tus lágrimas no eran magia suficiente para los Aladinos.

Tu sangre hervía ¡Diana!

Como no asesinarte y robar tu alma que nunca le vendiste al demonio,
ahora el me buscara a mi y mis cómplices.

Como no frotar tu rostro como una lámpara,
el suspiro otoñal de la guirnaldas muertas
atraviesa el camino de mi oído como si me quisiese cascar de ti,
de tu imagen, oh cadáver ido y tan bello.

Se ha disuelto el oro en escarlata
cuando tu pestaña recosto sus sucias pardas.

Me encarecería penetrar tu cuerpo
aún sigue habiendo fuego en tus ojos,
tus manos sigues firmes
tus piernas llenas de gracia
tu aliento de lago hambriento
el hierro en tus labios
la mayor fortuna para el Sultán.