jueves, 6 de septiembre de 2018

Robinsonada

Hasta ahora la aurora no despierta de su inocencia
ni cuando sacudo la pipa en mi zapato
ni cuando vibra el amor en las cascanueces,
esta placida… el gorrión le adorno un beso.

Si las lágrimas supieran caminar otra seria la canción,
los arboles no verán el renacer de la melodía que se compone en el polen
menos las flores que abrazan con el tutifruti.

¿Qué pasa Robinson?

¿Ya no te puedes parar en un pie?

Entiendo que la tarde esta afónica y no se puede beber del día precoz,
nos tenemos que aislar de la migraña del sol.

El dulce que babea la mañana
es la ansiedad de una rosa contenta de lo más hermoso que ha podido aparear
su reflejo sobre el mar de peces melancólicos que respiran por el ano.

La languidez de la fea fruna que empapa el sudor en el girasol
son rastrojos amarillos de un martillo calvo
de un dios ciego
de un poeta creativo.

Como quisieran las luciérnagas que acaben los ronroneos romanticones
de quienes desean desfallecer en vísperas primaverales.

Los ojos de las esposas, relojes,
se masturban frente al espejo de sus almas
y los maridos idiotas compenetrándose en la mayor bulla de los latidos.

¡Oh, torpeza! Tu hijo el bobo ahora desviste a la amapola con la mirada ilustre
imprimiendo su deseo en el cálculo de su aroma
prediciendo además la sed de una orgia a consta del esqueleto de una flor.

Ah, Aleluya.