lunes, 11 de septiembre de 2017

El Dragón de las Rosas

Me tengo envidia de mi mismo como si en mí hubieran genios muertos,
reencarnaciones de animales.

Mi piel mantel de copas deslumbra la vida con el tatuaje de un dragón
con hambre decorada con rosas.

Mi carne no es ambrosía de tartufo.

¿Es reliquia antigua acaso?

¿Es poesía en calcio y alma?

¿Es metáfora de la existencia?

No hallo respuesta, mi pensamiento divaga como un galgo
en la letanía de mi burocracia y se pierde con la sangre
derramada en el mártir de dudas.

Ya me he topado con la Babilonia de mis pasos y en sus ojos
lucia espejos donde me miraba un fariseo el cual era yo
teniéndome envidia.

No había nadie tras mis hombros, las nubes borrosas
cegaron a la luna y el sol no salía por mi lomo de camello
sin sed de día.

La noche se iba entre lo que escribía con mis condolencias
cuando tocaba con mi lagrima la euforia.



                                                                ll


Yo no sabía leer...

Yo nunca supe escribir...

Ah, pero me tenía envidia y la inspiración tomo su rumbo
dejándome sin aliento en el hebreo de un proverbio
donde me balanceo para sentir que la fe está en mis manos
como un manuscrito de hierro, como una piedra en punta de espada
o como la vara letal de un mago que nunca hizo magia por eso es letal.

Vivientes muertos que en mi alrededor se fuman el hachís de mis zapatos
aléjense de este ser añejo que tal vez vuelva a reencarnar en un pétalo,
en una flor o en vosotros que beben mi resaca
porque me tengo envidia de mi mismo como si en mi hubieran genios muertos.

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