martes, 14 de agosto de 2018

Nunca fue tarde para cocinar el mar de los pescadores...

La sazón barriobajera de la cena
que prepararon los nudillos del espanto ingrato
amordazado en los dientes triturando la legaña,
sabido de su criterio senderista e inagotable
aturde a las demás plantas cojas y secas,
lanza su vestido a la alcoba de las frutas,
sacude con los árboles y las estaciones
su blanca llama prendida de toro
y como comen las palomas en el mar...
sin ser vistas por Marina en la cartera del cabello.

El bolero tuerto de la frente del barco
emite chistes y no entiendo el principio
más el fin que azota la cadera de mi cien.

Algo se escapa en los senos de la madre
del hijo del espíritu profano... ¡Mi hermano!

La sangre noche se convierte en manta mora.

La víctima de los rayos glaciares
que el mudo bullicio de los delfines calló,
arresta a sueltas sus esposas al timón.

El quejido de los campesinos que olfatean
el polen de la vagina cruda del Atlantis,
drogan sus narices de perfume desmayado
hace guerras atrás incluyendo las porvenir
y las nubes carnívoras penetran y sin piedad
el oído de los tormentos que batallas acompañan.

Los brazos cruzados de la tierra
¡lloran mostaza y que bárbaro!
¡lloran cadáveres y que bárbaro!
¡lloran señales y que bárbaro!

¿Estará de regreso la caspa del invierno para enmudecer a los cocineros que intentaron quemar el aspa de una tripulación marginal y maravillosa
que sin mencionar las prosas que arrasó junto con ellas, murieron?

La luna mea sobre el papel del acorde.

La canción de las aguas.

El sollozo abominable de la marea.

Nunca fue tarde para cocinar el mar de los pescadores.

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